Fue un duro golpe.
Me sentí como los argentinos que vieron cómo los bancos se cerraban en sus narices durante el corralito. Lo tenía que haber visto venir.
En una esquina del escaparate el celo se había despegado, y a través de una rendija, se podía ver parcialmente el interior del local. Nada. Unas latas de aceite vacías, restos de piezas oxidadas y grasientas arandelas formaban un pequeño montoncito en una esquina. Nada más.
Ni rastro de ninguna moto. Ni rastro de mi moto.
En ese momento, me doy cuenta de que no sé nada sobre la gente que tiene mi moto. El único teléfono que tengo es el fijo de la tienda. Por supuesto no da línea. No tengo ningún móvil, ningún domicilio… por no tener no tengo siquiera el nombre completo de Nano y Jenny. Desesperación. Algo hay que hacer.
Lo primero que hago es llamar al número que aparece en el cartel fosforito de SE ALQUILA. Es un móvil.
«Buenos días, es usted el dueño del local sito en Intxaurrondo, en la calle Xxxxxxx, número XX?». «Sí, soy yo.» Tono afable. Seguro que pensaba que iba a tener la suerte de volver a alquilar el local al día siguiente de echar a los anteriores inquilinos. Pobre.
Le cuento mi situación. «¿No tendría Vd. teléfono móvil o domicilio de esta gente para que pudiera contactar con ellos? «No, yo no tengo nada» Cambio radical de tono. «Yo no sé nada de ellos«. (Se da cuenta que no alquila el local). Yo, insisto. «Pero, Vd. habría firmado un contrato de alquiler con ellos, con datos etc. ¿No me podría facilitar eso datos?» «Yo no sé nada. No los conozco, ni nada«.
Decididamente malhumorado. Este camino no conduce a ningún lado.
Lo siguiente que hago es ir a la casa BMW, donde compré la moto. ¿Quizá, finalmente, llevaron la moto a realizar la comprobación del ordenador de diagnóstico, y la moto esté allí? Allá voy.
El concesionario de motos BMW es distinto al de coches, es decir, hay uno específico para motos. Antes estaba en Loyola, pero desde hace no mucho se mudaron a un polígono de Ergobia. Allá me planto. Les cuento mi caso. Les pregunto si alguien había hablado con Nano o con Jenny para realizar la prueba a mi moto. Nadie. Debería haberlo supuesto.
El encargado de BMW me pide que espere un poco que va a hacer unas llamadas. Delante de mí, realiza dos llamadas en las que pide información sobre Nano a alguien cuya identidad desconozco.
De la primera llamada, me comenta que en alguna ocasión habían tenido algún problema con él por impago de algún recambio que había adquirido, o algo así. A raíz de eso, habían decidido no servirle ningún recambio si no pagaba a tocateja. Vaya, vaya…
Tras la segunda llamada, el responsable de BMW me transmite que, la persona con la que había hablado por teléfono había oído decir que Nano y Jenny se cambiaban de local porque el casero (mi amigo telefónico) les quería subir la renta. Todo un clásico, vamos.
Por este camino tampoco llegaré lejos.
Es hora de pasar de pantalla. Me voy a la Ertzaintza. Me planto en el cuartel de Ondarreta.
«DNI. Espere en esa salita» Me siento en la salita.
Poco a poco me voy haciendo a la idea de que no volveré a ver mi moto. Me da mucha pena. Tenía varios planes en la cabeza que tendrán que aplazarse. Tenía muchas ganas de ir con mi mujer a Barcelona con la moto, meterla en el barco a Livorno y hacer una semanita de vacaciones por la Toscana, por esas carreteritas, los pueblos…
También había una idea muy bonita que lanzó mi amigo Iñigo de organizar una cuadrilla de motos un viaje, en verano por Europa, con la particularidad de que los moteros cantaríamos un programa de conciertos en las ciudades comprendidas en la ruta. El grupo ya tenía nombre y todo: el Motoroad Consort.
Una tarde, hace unos días me dediqué a montar una estructura de foro para el Motoroad Consort para organizar mejor el proyecto. Se puede ver en megustacantar.com Algún motero canadiense despistado se ha registrado ya… Creo que por ahora tendré que olvidarme de ello.
Me tienen como 30 minutos esperando.
La sensación es que antes de atenderte, y con tu DNI en la mano, hacen una investigación previa sobre tí, para ver qué se pueden esperar. No sé, igual no, y son solo imaginaciones mías.
Lo mismo era la hora del café.
«¿Ignacio? Pase»
El que me atendía era un agente de buen tamaño y corpulencia que además era negro. Por un momento no pude evitar pensar que estaba en un episodio de Goenkale. La verdad fue muy amable. Le cuento todo el caso. A medio relato recibe una llamada y me informa que otro agente se va a hacer cargo, que espere un momento. Se va. Esto va a ser largo, pienso.
Llega el nuevo agente. Amable y educado, como no podría ser de otra manera. Le cuento todo el caso. Me hace algunas preguntas. Toma notas. Se muestra pensativo. Al final me dice que, antes de poner denuncia quizá sea mejor que llamen desde la Ertzaintza para ver si se puede solucionar el tema sin más complicación. Yo me muestro encantado. «Yo sólo quiero recuperar mi moto, nada más. Me importan poco sus problemas«.
El agente me dice que, a través de su ordenador tiene acceso a los móviles de Nano y Jenny, pero que lógicamente, no me los puede facilitar sin su autorización.
«Pero les podemos llamar nosotros«. Y luego dicen que la policía es tonta…
Y procede a llamarle delante de mí.
«Hola, le llamo de la Ertzaintza. ¿Eres Nano?»
(Continuará)
Los mecánicos que no amaban a las motocicletas. Parte 4